22.2.08

DIÁLOGO DE GALILEO - Minipresentación, edición #43

El 22 de febrero es una fecha que, desde hace hoy 11 años, en mi mente es de las tres más importantes, de las que se alternan como la más significativa de los 365 días que tiene el año. Por motivos personales, no voy a hablar de esas efemérides en esta pequeña nota. Pero lo haré sobre el aniversario de un libro que hoy cumple 376 años de haber sido publicado, previo permiso de la Santa Inquisición, la misma entidad que luego lo prohibió por 190 años, condenando a su autor, uno de los genios más grandes que ha tenido la humanidad, a pasar sus últimos días preso, condenado. Se trata del "Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo", libro escrito por el padre de la ciencia moderna, Galileo Galilei.

Galileo nació el 15 de febrero de 1564 en Pisa, ciudad de lo que hoy se conoce como Italia. Las enciclopedias dicen que fue astrónomo y físico, en realidad fue el padre de esas disciplinas, al menos como se les conoce hoy. Precursor del método científico, matemático, filósofo y escritor divulgador científico. Fuente de inspiración, ejemplo en el proceder, modelo a seguir de todos los que alguna vez hemos decidido iniciar carreras científicas. Nunca olvido ese experimento que realizaron los astronautas en la luna, emulando, homenajeando, al realizado por Galileo con esferas de diferentes masas rodando sobre planos inclinados o, como dice la tradición, en caída libre desde lo más alto de la torre de Pisa: ahora, una pluma de halcón y un martillo cayendo libremente en el vacío del espacio y llegando al suelo al mismo tiempo, idéntica la aceleración. Tenía razón Galileo: la lógica no es nada si la experimentación la prueba errada; Aristóteles y sus seguidores podían equivocarse. No hay verdades absolutas. Pero en 1632, tener razón casi le cuesta la vida y, de hecho, le costó pasar encerrado el resto de sus días en arresto domiciliario.


El Diálogo fue un libro escrito para el público culto, pero no especializado. No era un tratado, era un libro ameno pensado en la divulgación de ciertos descubrimientos científicos. Por medio de varios diálogos entre personajes creados especialmente, Galileo comparaba el modelo del sistema solar de Copérnico, en el que el sol es el centro y la tierra con los demás cuerpos giran a su alrededor, con el modelo de Ptolomeo, aristotélico y errado, en el que todo gira en torno a una tierra fija. En este modelo, ya superado, el mundo era un conjunto de esferas y objetos perfectos, lo que contradecía lo que Galileo había visto con el telescopio que inventó para observar el cielo, mejorando el catalejo de uso náutico: manchas en el Sol y la Luna, fases en Venus, lunas que giraban (giran) en torno a Júpiter. En aquel entonces todo esto tenía un tinte blasfémico: cómo iba a venir Cristo, el Hijo de Dios, a un mundo imperfecto; cómo iba a ser el universo un sitio de objetos manchados, amorfos, en el que la cuna del cristianismo no era el centro preciso de todo. Tras publicar sus Diálogos, Galileo fue conducido por la Santa Inquisición, acusado por el mismo Papa que inicialmente le había permitido publicar. El resto de su vida la pasó arrestado, los últimos años, en casa. Se salvó de la muerte por renegar formalmente de todo lo que sabía que era cierto: la tierra no es el centro de nada, sólo es un mundo imperfecto, uno más de muchos en un sistema inmenso para el que estadísticamente no somos nada.

A los 78 años, el 8 de enero de 1641, Galileo murió, poco tiempo después de haber sugerido el uso de péndulos para medir el tiempo, última gran contribución a la ingeniería, a las ciencias, de esta gran persona. Por nueve años, los últimos de su vida, Galileo vivió prisionero por causa de un libro que no hacía más que divulgar los últimos avances científicos de la época. Poderosa pluma, como siempre, el arma más temida por el poder absoluto que castiga con cárceles, torturas y muerte la verdad que no se puede eludir para siempre.

Trescientos sesenta años pasaron antes de que la iglesia declarara que Galileo tenía razón, pero finalmente lo hizo.

En fin, importantísimo incluso en mi vida personal, todo este asunto de Galileo es sólo una digresión, una divagación de mi mente que siempre se ha inspirado con las ciencias y la vida de los científicos. Lo importante, lo verdaderamente importante: hoy es viernes de miniTEXTOS.org y estoy muy contento de recibirlos, de presentarles los tres cuentos y dos poemas, textos literarios muy breves, que muy gentilmente han compartido con todos nosotros Norbert Bertrand-Barbe, Vilma Vargas Robles, Vicente Antonio Vásquez, Roberto Pérez-Franco y Yanuly Sansón. Edición especial, en verdad espero que la disfruten.

JLRP, editor
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EL GATO PUSHKIN Y YO - Norbert-Bertrand Barbe

En la casa de los perros
Tengo sólo un amigo
A los demás no me acerco
Uno aprende del pasado

El gato Pushkin y yo estábamos sentados a la orilla del sereno cuando se levantó, quiero decir el sereno, ya que el gato Pushkin, por una cuestión de edad y gordura, hacía años que el pobre animal ni se levantaba, ni para orinar. La época de la que les hablo era del tiempo del Dr. René Schick, no sé a la verdad si a los jóvenes de hoy les dice todavía algo este nombre. Pero pienso que debo aclarles que yo entro en mi 74 año.

El gato Pushkin y yo dormíamos juntos, en la casa de mi madre. Yo tenía una hermanastra de la peor especie, ella era de otro padre, así que nunca pudo vernos, al gato Pushkin y yo. Siempre nos peleó. Por suerte, ella se casó temprano, o sea, no en cuanto a su propia edad, ya que ella me llevaba 17 años a su defavor, sino en cuanto a la mía. Vivíamos de expedientes en la casa de mi madre, el gato Pushkin y yo, perdidos en el tiempo sin pasar de la comarca nuestra; comíamos tortas de sardinas, por lo menos todavía en esa época, y dentro de nuestra miseria y abandono, había sardinas para hacer tortas que pudieramos comer. Eso, aunque no pareciera, a uno le lleva un poco de felicidad, es miel para endulzar los tragos más amargos de la historia.

De mi madre, ¿que podría decirles? Probablemente el gato Pushkin hubiese hablado mejor de ella, pues, de los dos, creo que siempre ella le prefirió a él. La verdad, a mí, no me molestaba, pues si el gato Pushkin y yo eramos por así decir un solo, aunque, claro, en dos cuerpos distintos, y tal vez eso es lo que hace toda la diferencia.

El gato Pushkin y yo nos poníamos largas horas a revisar el paso del tiempo en las nebulosidades del cielo diurno, y a veces nocturno. Quien dijo que los gatos no hablan, si el gato Pushkin siempre habló más que yo. Por lo menos, así pasaba con mi madre. Conmigo, si sólo era gritería, y la mayoría de las veces no tenía nada que ver con eso de la Purísima. Creo que fue por eso que me fui de la casa de mi madre, dejándolos solos, al gato Pushkin y a ella.

Sin embargo a veces me hace falta, el gato Pushkin. Era negro de punto a rabo, de hocico a cola, el gato Puskin, y yo que era blanco, también de ojos verdes, como el gato Pushkin, cuando no me decían chele, me decían el gato. A pesar de que mi amistad con el gato Pushkin no era por razones genealógicas, si yo nunca me llevé bien con mi familia. O mejor dicho, fueron ellos quienes nunca quisieron llevarse bien conmigo, pero a mí poco me valía en verdad, si más tiempo pasaba con el gato Pushkin.

Creo que todavía si está vivo el viejo gato Pushkin, pero lo dudo mucho, debe de acordarse de mí. Y quien sabe si en este recuerdo mutuo que nos une a través —y a pesar— del espacio y el tiempo no seguimos ahí, el gato Pushkin y yo, en las primeras gradas de entrada de la casa, a mirar las estrellas, perdidos los dos en sus cosas personales, el supongo en sus cosas de gato, y yo en mis cosas de hijo pródigo.

Al pensar en todo aquello, me acuerdo de repente de ese que hablaba de la llamada de los pañuelos blancos.


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© 2008, Norbert-Bertrand Barbe
Tomado del libro "Caprichos nicaragüenses".
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DOS - Vilma Vargas Robles

Uno llega a morirse
para que nazcan dos.

Deja al cordero y al lobo
y los juegos y el escondite
y le hace frente a su propia sed.


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© 2008, Vilma Vargas Robles
Tomado del poemario "Quizá el mañana"
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LA VENGANZA DE LOS RENACUAJOS - Vicente Antonio Vásquez

Cuando yo era chico, solía visitar la media docena de pozas que, por filtración, se formaban a inmediaciones del río. Siempre estaban cubiertas de plantas acuáticas y eran un hervidero de tepocates y ranas en sus diferentes etapas de desarrollo.

Por pura travesura, con fruición, golpeaba con fuerza la superficie del líquido y gozaba al ver como los asustados animales trataban de huir en todas direcciones. Repetía la acción varias veces y me reía con ganas, burlándome de ellos y de su incapacidad para defenderse.

Pero un día en que estrenaba un atuendo de mezclilla (lona), compuesto de pantalón y chumpa, me acerqué a una de las pozas con la intención de deleitarme con mi diablura, pero por un descuido, tropecé y fui a parar al agua. La poza no era profunda y pude ponerme en pie, pero mi nueva vestimenta adsorbió tal cantidad de agua que multiplicó su peso e impedía mis movimientos y no podía salir.

La fauna local, detectó mi impotencia y aprovechó la ocasión para cobrar venganza por mis fechorías pasadas. Se me acercaron a mansalva por todos lados y empezaron a hacerme cosquillas con sus trompas y sus patitas y yo reía desaforadamente debido al pícaro cosquilleo, a tal punto que me brotaban las lágrimas.

Desesperado, les gritaba que ya, que me rendía, que no los molestaría más. Pero todo era inútil. Gozaban con su proceder, de tal manera, que de todas las pozas brotaban las risas burlonas y solidarias.

Si no hubiera sido porque por ahí pasaron unos campesinos que me ayudaron a salir, a estas alturas, todavía estuviera siendo victima de los vengativos renacuajos, quienes se carcajeaban de mí, en franca vendetta.


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© 2008, Vicente Antonio Vásquez
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EL REGALITO - Roberto Pérez-Franco

A tres por cinco
son las bombitas,
a tres por cinco

La prende el niño
con sus manitas,
la prende el niño

En un instante
la bomba explota,
deja un tusito

La madre llora,
loca, la mano...
¡a tres por cinco!


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© 2008, Roberto Pérez-Franco
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ÍNDIGO - Yanuly Sansón

Nunca le vio. Antes de la guerra había vivido sumergido en las cosas que le habían enseñado a temer y amar. Bajo el ardiente ojo del otro fue como cualquiera, y tal vez menos. Sus sueños eran el pan de la mañana, siempre esperados, pero simples.

Por supuesto, la llamada lo encontró.

Al principio imaginó un trueno lejano, y el orgullo le hizo quedar en vez de huir con los demás. Último e inútil, le vistió con más luces que armas, y la batalla que no perdona ni espera, le arrasó cual vendaval.

Pero no hay castigo sin cierta ironía.

***

Invoco su nombre a gritos, no sé cuál de ellos será. Pero mi intención es saturar el viento hasta que ya no quede espacio en lo invisible para algo más.

Éste azota mi prisión con furia descomunal, se retira en un suspiro, sisea, ruge y vuelve a golpear hasta hacer crujir las piedras.

Aunque ciego, he logrado zafarme de mis cadenas, no por fortaleza sino porque mi cuerpo se ha consumido en la espera.

Me han murmurado que el Sol es un pálido reflejo de sus escamas, adivino que su forma contiene un mar de hojas azules y ojos donde las gaviotas se pierden sin encontrar tierra alguna vez.

Callo, y me pregunto si viene a devorarme o llevarme con él.

En mi sangre escucho su voz y el viento sugiere libertad.


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© 2008, Yanuly Sanson
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