24.8.07

LA CAJA DE MÚSICA - Francisco J. Berguido

En los ecos del silencio de la madrugada, la risa le llegaba a Elsa de forma circular y angustiosa. Primero la sentía como una vibración dormida en la cajita de música donde guardaba sus prendas y de donde sabía que provenían las carcajadas que en las noches se le hacían insoportables. Eran ya casi dos semanas en las que el rumor de la cajita la despertaba y aunque no la abriera, el estrépito se le filtraba por los temporales como una marea. Angustiada, gritaba y los gritos despertaban a sus padres y hermano mayor que dormían en sus habitaciones.

Un buen amigo de la familia había recomendado a un psiquiatra especialista en esquizofrenia. Elsa había recibido evaluaciones de sicólogos, auscultaciones de internistas y hasta otorrinolaringólogos, pero sus gritos continuaban despertando a todos cuando ella escuchaba la risa. ¿Por qué vendría de la caja? Era definitivamente la bailarina que giraba sobre el espejo magnético al compás mecánico del Claro de Luna la que reía. ¿O era algún hechizo que cambiaba los suaves golpes musicales por descomunales explosiones de risa, por desenfrenados golpes de aire, por aullidos histéricos? Se trataba tal vez de uno de esos fantasmas que se empotran en las cosas, esos que hacen crujir la madera, que cierran las puertas o esconden objetos que uno no encuentra cuando sabe que los dejó en este sitio y ¿por qué no están?

En un momento de calma, intentó, científica y pacientemente, llegar al fondo de la risa. Había dejado la música sonar hasta que no hubiera más cuerda en la caja, pero la risa se levantaba como un aleteo de insectos por entre la madera. Le recorría la piel con sus patas delgadas, la manoseaba toda, la dejaba asqueada. Esa noche, también, intentó separar a la bailarina de su espejo, dejándola a ella en un cuarto y a la caja en otro. Fue en vano. La risa se oía, primero desde donde estaba la bailarina, luego desde donde había dejado la caja. Se sentía al unísono, la carcajada proveniente de las paredes, de los cuartos. La casa toda amplificaba la risa. Desesperada, arrojó por la ventana la caja con todo y bailarina. Elsa, con los ojos salidos de sus órbitas, observó contenta cuando la caja fue a parar cerca del árbol de tamarindo que, escuálido y triste, adornaba su jardín.

Por fin hubo silencio. Por cuatro minutos se recostó en su cama, con un aire de satisfacción. Se sintió tranquila, respiró paz. Estaba lejos de ella para siempre. Pero fueron sólo cuatro minutos antes de que su respiración como cascada pasara de suave a un jadeo quedo, luego de un hipo a un pitido asmático. Su respiración era un humo que inundaba el aire llenando las grietas en la madera, los marcos con fotos viejas, las moléculas. Como de un tirón se sintió levitando hacia la ventana: la caja aún a un lado del tamarindo. Esta vez, la vio. Vio la risa que se acercaba con su cara lánguida y miserable a torturarla. Elsa sintió cuando la golpeó de frente con una ráfaga de dientes consumiéndole el cerebro. Después del estallido de risa, el estallido de nervios.

Nadie escuchaba la risa más que Elsa, nadie sentía el horror encerrado en la cajita hasta que, esa noche, la vieron desgreñada y cubierta en lodo. Al lado del tamarindo, el hueco que había abierto con las manos. Ella abrazando el diminuto cuerpo putrefacto, envuelto en una nube de cadaverina, lleno de gusanos regordetes blancos, que apartaba con sus dedos cubiertos de tierra. El gancho con la sangre coagulada saltaba retorcido desde el hueco. No fue hasta que la encararon para preguntarle por qué no había hablado, por qué callar el nombre del padre, por qué sangrar en silencio, cuando finalmente todos sintieron la risa espeluznante, el sonido retumbando en las paredes, el despertar de los vecinos, la carcajada ahogada en saliva, la marea histérica, las sirenas, la muerte, la locura.

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© 2007, Francisco J. Berguido
Tomado de "La costra roja" (UTP, Panamá, 2006)
Puedes saber más del autor [[AQUÍ]].

3 comentarios:

j4ur14 dijo...

Rayos!! Estoy a punto de empezar mi jornada laboral y he quedado despierto hasta la espina. Potente relato, me recuerda algo... alguien... no sé, tal vez E. A. Poe en cierta forma.

Muy agradecido por la lectura.

Yanuly Sanson dijo...

Excelente Francisco! Saludos desde Javier86.

Edilberto González Trejos - Autor dijo...

Lenguaje poético ultra fino se combina con un surrealismo casi descar(n)ado.-