7.9.07

TIEMPO PARA DESCUBRIR - Minipresentación, edición #19

La vida suele ir complicándose cada vez más. De niño, lo que más extraño es el tiempo para descubrir, para explorar. Llegaba del colegio y, cumplidos ciertos rituales básicos, tenía una tarde, de un tiempo más largo que las de ahora, para viajar por el mundo a través de los libros o recorrer los rincones de la casa o el lugar donde estuviera. Un camino de hormigas, las figuras en la madera de los muebles, las aspas de un abanico girando y cortando el viento inmisericordes, el olor de una guitarra, la textura de sus cuerdas y el sonido peculiar de cada una al ser afinada, un chorro de agua en el patio cayendo sobre el agujero habitual. Cualquier cosa era un viaje de descubrimiento en el que el tiempo no limitaba. Como no lo hacía, no lo hace, la imaginación.

Pero la vida, como decía al principio, suele complicarse. Ya no queda tiempo para asombrarse por un universo que no ha dejado de ser increíble. Corremos de un lado a otro, recibimos cientos de emails, tomamos miles de decisiones, leemos superficialmente saltando de uno a otro tema. El mundo, la vida, no sólo es más complicada: es menos plena. Al menos en la mayoría de las cosas.

Por suerte, no es así en miniTEXTOS. Aunque cada semana la página es más compleja, más densa, no en el diseño que permanece igual, no en la longitud o tipo de los textos, sino en la cantidad de autores que llevamos presentados, es un caso en que la complejidad nos hace la vida más plena. Para mi, es una oportunidad única de recibir interesantes, ingeniosos y, a veces, simplemente hermosos fragmentos de un mundo sorprendente.

Así llegamos hoy a 95 poetas y narradores publicados, y la otra semana al número mágico de 100. Cifra grande de autores contemporáneos de Hispanoamérica o de cualquier región. Y no cualquier tipo de escritor. Desde que empezamos, hemos publicado artistas de primera categoría, los de larga trayectoria junto a los que se estrenan, unidos por la calidad y, sólo en segundo lugar, por la brevedad. Gracias a ellos es que recibo correos como el de David Escobar Galindo que me llenan de una satisfacción especial:

«Quiero agradecerte, en primer lugar, el envío periódico de miniTEXTOS, desde su número inicial hasta el 16, que acaba de aparecer. En un principio, los revisé a la ligera, entre tanto por hacer y por leer; pero a partir de cierto momento, durante una travesía reciente por mar, descubrí el verdadero valor de esta iniciativa. Hay auténticas joyas. Hoy, no me lo pierdo, y en lectura minuciosa. La brevedad es un estado de conciencia. Por mi parte, vengo cultivándola desde hace muchos años: en 1981 empecé a publicar una sección de aforismos, greguerías, metáforas, y así por el estilo, en LA PRENSA GRÁFICA de San Salvador: ya son más de 26 años sin faltar un día. Y también escribo cuentos muy breves. Tengo un libro inédito: Hidroponía mágica. Un día de estos me animo a enviarte uno. Entre tanto, mi reiterada felicitación por este esfuerzo tan ilustrativo y nutritivo. Enhorabuena.»

Pues bien, hoy me siento muy contento porque tengo la oportunidad de presentarles, precisamente a ese importante autor de El Salvador, David Escobar Galindo; a Rafael Ángel Herra, de Costa Rica; a Dayra Miranda y Leadimiro González, de Panamá; y Álvaro Valderas, español residente ahora en Panamá.

Otra vez una edición de lujo, cortesía de estos escritores que, igual que otros, todas las semanas, me envían su trabajo, regalándome una de las satisfacciones más grandes de mi vida ahora. Y encima, me permiten compartirlo con ustedes. En verdad, espero que lo disfruten.

JLRP, Editor

HILO DE HORMIGAS - David Escobar Galindo

Hilo de hormigas
por la pared del día.
Viene la noche
siguiéndole los pasos
a esa excursión sagrada.

---
© 2007, David Escobar Galindo.
Tomado de "Trasluz" (2000).
Puedes saber más del autor [[AQUÍ]].

ZONA PELIGROSA - Leadimiro González

Permanece inmóvil, adherida a la pared. Sus ojos, extremadamente negros, vigilan cada movimiento de la presa. Sabe que no puede cometer ningún error. Un sólo descuido le costaría esperar, durante horas, otro insecto.

El viento de la tarde penetra por la ventana y mece suavemente las cortinas. La mosca se desplaza incautamente cerca de ella. La experiencia de innumerables cacerías le ha enseñado que la paciencia es la mejor virtud para alcanzar cualquier objetivo. Y mientras permanece concentrada mirando fijamente a su víctima, murmullos extraños y figuras que se mueven siente a su alrededor. En realidad, ninguno de esos sonidos ni la vaga figura que se mueve en la habitación le son familiares.

El pequeño díptero aún está a unos centímetros de su alcance. Sabe con certeza que caerá en su poder como otros tantos insectos, porque esa clase de especies son demasiado ingenuas y confiadas.

Cuando al fin se siente segura, calcula la distancia con una observación casi matemática y ¡zaz! Pero en ese preciso momento de su victoria, siente que algo pesado le cae encima mientras la mosca se escapa, se eleva por los aires, y ella, sin poder evitarlo, se desploma a los pies de una pequeña sombra que le sonríe maliciosamente con una escoba en la mano, antes de ponerle fin a su existencia.


---
© 2007, Leadimiro González.
Tomado de "Bajo el calor del fuego" (Fundacón Signos, Panamá, 2000).
Puedes saber más del autor [[AQUÍ]].

DÉCIMO OCTAVO SUEÑO - Rafael Ángel Herra

Un pecador sintió que el demonio lo asía de los cabellos y lo arrastraba por los aires, hacia la tormenta, sobre parajes inhóspitos y calcinados. Como no logró resistir aquel pavor, despertó de su pesadilla, y al despertar vio que más bien era él quien tiraba al diablo de los cabellos y le daba de golpes y latigazos.

El demonio mismo, sin embargo, no quiso despertar del sueño masoquista y siguió soñando que un pecador lo humillaba en la vigilia.


---
© 2007, Rafael Ángel Herra.
Tomado del libro "El soñador del penúltimo sueño" (Ed. Universidad de Costa Rica, San José, 1983).
Puedes saber más del autor [[AQUÍ]].

LE QUITÓ LAS PALABRAS DE LA BOCA - Álvaro Valderas

En un intento de componer un diccionario vivo, el fonetista viajó con su mochila a cuestas por la península y toda Hispanoamérica. Educado por un carterista primero y luego por un prestidigitador, tras una infancia dando tumbos de un lugar a otro y comiendo del fruto de los despistes ajenos, sus dedos habían adquirido una agilidad casi poética y, su moralidad, cierta laxitud. No le resultó difícil regresar al hurto, quitarle a la gente las palabras de la boca, guardarlas en un tarrito de cristal y volcarlas, luego, en la gran pecera a la que llamó repertorio, encerrada en una vieja vieja capilla de ecos y reverberaciones. Años después se inventó la grabadora, que a él le llegaría ya tarde.

---
© 2007, Álvaro Valderas.
Puedes saber más del autor [[AQUÍ]].

EL MALETÍN - Dayra Miranda

Angélica vivía sola. En su apartamento, en la planta baja del edificio, compartía el pasillo de entrada, que terminaba en su puerta, con otras cinco familias. Angélica era pintora y colocaba lienzos sin preparar recostados a la baranda que remataba el final del pasillo.

Un día, Angélica fue a tomar el último lienzo que le quedaba sin preparar, y cuál sería su sorpresa al encontrar entre el lienzo y la baranda, un maletín con cierre de clave y además con llave y pesado.

—Dios mío, ¿quién habrá dejado este maletín aquí, y qué será lo que tiene? Debe estar lleno de droga o dinero. ¿Qué hago, Señor?

Angélica no se atrevió a tomar el lienzo. Pensó que si se perdía el maletín, el delincuente que lo había puesto allí, se vengaría de ella matándola. Se vengaría de ella y de nadie más, puesto que el maletín estaba ante su puerta.

A partir de ese día, Angélica no podía dormir bien. Se imaginaba que el delincuente se asomaría, armado con una metralleta, por la ventana de su habitación y dispararía sin piedad sobre ella. No se atrevía a salir por miedo a que la siguieran y entonces se encerraba en su casa, silenciosa y sin luz.

Pasó una semana y el maletín seguía imperturbable en su escondite. Angélica sentía que el maletín se reía de ella y la castigaba con el encierro.

Todos los días ella se asomaba furtiva a la puerta de su apartamento, levantaba el lienzo, y miraba con la esperanza de que el maletín se hubiera esfumado. Nada. Seguía allí.

Angélica sudaba temerosa. Imaginaba pasos que llegaban a su puerta, y era tan fuerte su imaginación que oía los disparos de la metralleta. Habían ido a matarla.

Entonces comenzó a cerrar la ventana de su cuarto y a dormir en el suelo, así sería más difícil que pudieran dispararle desde la ventana. Dos semanas después, Angélica, toda ojerosa por el miedo, el cansancio y las noches en vela, esperando su muerte segura, se decidió a hablar sobre el maletín, con su vecina de enfrente, una colombiana, que como solución le dice que tire el maletín después de abrirlo.

—Colombiana ladina —piensa Angélica—, bien sabe ella que si el delincuente llega y no ve su maletín, me pone la corbata colombiana. Ella tranquila, que no es su puerta.

Así, Angélica se preocupa aún más, pues piensa que la vecina es capaz de apoderarse del dinero del maletín y de todos modos los delincuentes la iban a matar a ella, pues es su puerta.

Para tranquilizarse un poco y asegurarse de que alguien más sepa sobre el maletín, que si se pierde no es ella, y se lo puedan decir al delincuente, Angélica llama a la vecina de al lado y le cuenta sobre el hallazgo y la conversación con la colombiana.

—El maletín debe estar lleno de dinero —dice la vecina después de tantear su peso—. Abrimos el maletín y nos repartimos el dinero entre las tres.

—Pero es igual —replica Angélica— si el maleante viene y no ve su maletín, es a mí a quien va a matar. No, yo tengo mucho miedo. Yo no toco ese maletín.

Y así, todos los vecinos del edificio se van enterando de la existencia del maletín, y se van reuniendo en la planta baja frente a la puerta de Angélica. Todos curiosos por saber el contenido del maletín. Se empiezan a cruzar apuestas sobre el contenido, traen sillas y almohadones para sentarse, compran cerveza, hielo, vasos de papel y se acomodan a esperar, tal vez el milagro de que el maletín se abra solo, pues nadie se atreve a tocarlo.

—Llamen a Víctor, el teniente amigo de Lorena —dice alguien—, pero que abra el maletín aquí, y que reparta el dinero entre todos.

Así, entre gritos y algarabía llaman al Teniente Víctor, quien dice que llegará en una hora.

Los vecinos comienzan a celebrar el próximo enriquecimiento de todos gracias al dinero del maletín. Ahora ponen música y bailan para hacer más llevadera la hora que tienen que esperar a que llegue Víctor.

Cuarenta y cinco minutos después se abre el portón de la calle. Todos los ojos voltean hacia allá esperando ver aparecer al Teniente Víctor.

No. No es Víctor. Es Antonio, un vecino de la planta baja, decorador de interiores, que estaba de viaje por el interior, y al ver a todos los vecinos reunidos y en fiesta pregunta si adelantaron la navidad. Saca dinero y manda a comprar una botella de ron mientras camina directamente hacia el lienzo. Lo retira, abre el maletín y saca unas muestras de tela de tapiz que entrega a su acompañante mientras le dice:

—Escoja la tela para sus muebles.


---
© 2007, Dayra Miranda.
Puedes saber más de la autora [[AQUÍ]].

GRACIAS POR SEGUIR VISITÁNDONOS

Gracias, y no deje de visitarnos. Cada viernes. Cinco autores. Cinco minitextos.

Y a todas las escritoras y escritores de lengua española les invitamos a participar en este proyecto: envíe un texto breve, en cualquier género literario, con nombre, dirección y una breve ficha biográfica. Si el texto ya fue publicado, envíe también la información bibliográfica. Escríbanos a: libros(arroba)one-arrow.com.