El zumbido de llantas sobre asfalto caliente, el agudo estruendo de las bocinas y el ronroneo de los motores se encapsulan con el humo de los escapes para subir denso sobre la Avenida Balboa, creando esa atmósfera de citadino estrés. El tráfico estaba endemoniadamente lento. Más rápido parpadeaba la enorme flecha de focos que señalaba el cambio de carril. En esta ciudad, cuando se decide arreglar una calle todo se vuelve un caos. Peor cerca del mediodía cuando media humanidad tiene que aprovechar escasos sesenta minutos para resolver citas, negocios o asuntos personales.
Desde su auto lo ve. Era imposible no notarlo. El niño estaba sentado sobre el muro del malecón con una larga ramita que usaba como caña de pescar. Lo rodeaba un aura de tranquilidad. Sin embargo, el resto de los transeúntes parecía ignorarlo o verlo con la misma indiferencia de piedra que el monumento de Balboa. ¿Será que todos están tan embebidos con sus prioridades rutinarias y sus urgencias de agendas que no tienen tiempo para notarlo? ¿Será que lo único verdaderamente importante en la cabeza de la gente en horas como éstas es correr para volver al trabajo, o hacer una llamada desde los celulares para avisar que se va a llegar un poco retrasado a equis reunión? ¿Acaso lo único que persiguen los que transitan esta ciudad es el obligatorio sueño de hacer dinero? ¿Estaremos en una carrera por pisar a los demás o ser pisoteados? ¿Será eso lo que nos mueve tan veloz o tan despacio como el tráfico lo permita? Tenía la sensación de ser el único imantado por el pequeño de ropas harapientas y modesta caña de pescar sobre el que gravitaba un remanso de paz. Entró a la rotonda, estacionó su auto, y se acercó al chico.
—Hola. ¿Qué haces aquí?
—Voy a pescar mariposas.
Tanta ingenuidad le arrancó una inesperada risa.
—Es imposible. Las mariposas vuelan, no nadan. Además, no puedes pescarlas. Las matarías con el anzuelo. Más bien necesitas una redecilla para atraparlas. Y sería mejor si fueras a cazarlas al campo o a una pradera.
—Pues yo las sacó del mar. Pero cállate, que las vas a espantar.
Sin entender por qué obedecía guardó silencio. En medio de la espera se percató de que el hilo de la caña se extendía lejísimo. Parecía fundirse en el horizonte. Hacía tanto que no se tomaba una pausa para contemplar el azul y difuso abrazo entre el mar y el cielo. De pronto, con pequeños y vertiginosos jalones de muñecas el niño empezó a sacar mariposas del agua. Su agilidad impresionaba. El larguísimo nailon ondeaba como un delgado y traslúcido látigo hasta las nubes. Allí las mariposas se liberaban y aleteaban suspendidas por breves segundos y se convertían en peces multicolores que inundaban el cielo.
—Ves, que sí puedes. Te regalo mi caña. Tómala. Ahora me voy a atrapar peces en el cielo.
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© 2008, Luigi Lescure
Tomado del libro "Pecados con tu nombre" (Panamá, 2007).
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1 comentario:
Deja que la imaginación vuele
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