Todavía falta una hora.
Sé que lo que temo debe vérseme en los ojos pero el gato me mira sin sospechar siquiera; llega, se me enreda entre las piernas, las roza, se encorva y sigue rumbo al cuarto de mis hijas, haciendo tiempo con ellas que también esperan, como todas las tardes: el carro en el garaje, la llave en la cerradura, como si hoy no fuera un día diferente y "Papá, qué me trajiste", papá dándoles un beso, pudiera repetirse una vez más como ellas piensan, seguras, en la tranquilidad de sus juegos; como piensa Faustina que ni me mira ahora que vio el reloj y apresura el paso del comedor a la coci¬na, de la nevera a la estufa, con su ritual de siempre, el ritual que nunca hemos expresado, el que yo jamás me aceptaría a mí misma pero que Faustina, en la repetición eficiente de su oficio da por descontado: en esta casa manda su marido, señora, no tengo que decirle y usted haría bien en manifestarle en voz alta.
Y yo la dejo hacer. No tengo valor para decirle que él no volverá, que no siga en sus preparativos, que guarde los cubiertos, que no enfríe la cerveza ni limpie el cenicero porque todavía falta una hora y me digo que el orden debe continuar, en este minuto, en este segundo; una hora puede ser un tiempo inagotable cuando se tiene miedo; como aquel condenado a muerte que ve un mundo en cada paso hasta la horca porque sabe que el final está detrás, esperando, a plazo fijo: sesenta minutos, tres mil seiscientos segundos, tengo derecho a estirarlos mientras dure la esperanza; mientras tanto, siempre como el condenado a muerte, puedo pensar que la sentencia no se ejecutará, que en el último momento las niñas oirán el carro en el garaje y correrán a recibirlo a la puerta, informándole, excitadas, la noticia del día: "papá, tú vieras, mamá nos regañó pero nosotras no fuimos; fue el gato, él solito abrió la nevera, sacó seis huevos, los agarró con la boca y los tiró por el balcón abajo; nosotras lo vimos clarito, papá, pero mamá y Faustina no nos creen..."
Todo puede ocurrir exactamente a tiempo; sin embargo, debe haber algo más; una vuelta de tuerca en cualquier parte que espera decidir en último momento, un cambio de opinión, un accidente.
En media hora (el tiempo vuela) una de mis hijas puede rodar por las escaleras; en media hora el gato puede morir destripado por la llanta de un camión; en media hora puedo yo empezar a acostumbrarme y planear una cita con algún imbécil —el socio de mi marido, por ejemplo, que suda cuando me mira— o puedo, en media hora, seguir esperando, simplemente, que se despeje la incógnita para saber por fin que ya no queda nada, que los días no van a repetirse y que hay que empezar de nuevo; ver el reloj sin nervios, enseñarle a Faustina otro ritual, guardar los ceniceros, no comprar más cervezas, sufrir las miradas del gato y de mis hijas cada día cuando llegue la hora en punto y él no vuelva. Pero aún queda tiempo. Diez minutos para dar la espalda al mundo.
Podría ahorrarme el futuro y dejar de esperarlo si decido en estos diez minutos encerrarme en el baño y abrirme las venas; puede ser... él y yo podríamos encontrarnos después en otra vida; yo volvería a nacer con la mirada que él busca y con el pelo, los ojos y el cuerpo perdidos en quince años; otra vez, un libro nuevo; ahora sin niñas, sin gato, sin Faustina; pero él no; él no va a nacer de nuevo ni va encontrarse conmigo en otro sitio porque ya está, posiblemente, donde quiere; por eso puede irse de la casa, darme la espalda, dormir con otras mujeres y seguir manejando su auto por las calles al salir de la oficina, como en este momento, seguro de que para él lo que cuenta es lo que empieza, el resto ya no importa, total, sólo quedan cinco minutos, el tiempo justo para que acelere de pronto, dé la vuelta en una esquina con un chirriar de llantas, tres minutos, pase un par de luces rojas temerariamente, dos minutos, atraviese la última bocacalle en este último minuto en que Faustina alista a las niñas y el gato se estira, se me queda mirando y maulla como diciéndome: "anda tonta, llegó tu marido; y por Dios es cierto: Faustina, rápido... niñas: recojan esas cosas del suelo y ábranle la puerta a papá."
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© 2007, Giovanna Benedetti
Tomado del libro "La lluvia sobre el fuego" (INAC, Panamá, 1982)
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3 comentarios:
Excelente, pude verlo de lleno.
Muy bueno, Giovanna, un ritmo magnífico.
Texto que me encanta hayas expuesto para todos acá José Luis.
Giovanna, tus creaciones buenas quedan de referente para los que venimos detrás.
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