14.12.07

SALOMÓN Y AZRAEL - Minipresentación, edición #33

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

—¿Por qué estás en ese estado?

Y el hombre le respondió:

—Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

—¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.

Azrael respondió:

—Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?

—Yalal Al-Din Rumi, "Salomón y Azrael", siglo XIII.
Hace casi 800 años el poeta persa, figura fundamental de la literatura turca, Yalal Al-Din Rumi escribió el minicuento con el que les doy hoy la bienvenida a miniTEXTOS. Rumi, también conocido como Mevlana Celaleddin-i Rumi, fue además filósofo y místico, fundador de la orden de los derviches mawlawíes y autor de uno de los textos musulmanes más importantes, el "Masnavi-I Ma'navi".

En el siglo XIX y en el siglo XX, dos autores occidentales toman la historia y reescriben sus versiones del mismo minicuento, que se ha convertido en una tradición de la buena narrativa. El primero fue el francés Jean Cocteau, que escribió en 1923 "El gesto de la muerte" (en "Le Grand Écart", de donde Jorge Luis Borges y Bioy Casares lo toman y lo traducen para publicarlo en la colección "Cuentos breves y extraordinarios"):
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
El otro fue Gabriel García Márquez, que lo hizo con el nombre de "La muerte en Samarra" (tomado de "Cómo se cuenta un cuento. Taller de guión", Bogotá, 1995):
El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

—Señor —dice— he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

—Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.

—Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza —dice.

—No era de amenaza —responde la Muerte— sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
Pero eso no es todo. El caso más interesante fue el del poeta y académico holandés Pieter van Eyck, que en 1926 publicó como suyo en su país un poema titulado "El jardinero y la muerte", que a lo largo del siglo XX llegó a ser muy apreciado en su patria, tanto que lo llevó a la inmortalidad. Pero en 1995 se descubrió la verdad: el escritor Herman Franke lee en el libro "Obabakoak", del vasco Bernardo Atxaga, la misma historia. Cuestionado por Franke, éste admite que no es el autor, y que la había leído en un libro de Borges del que no recuerda el nombre. Indagando, descubre el título del libro del argentino y conoce que el poema de van Eyck aparece allí, palabra por palabra, pero como la traducción del francés del cuento publicado por Cocteau. El final es evidente: Franke publica su historia en un periódico holandés y causa un revuelo terrible. van Eyck se había apropiado de una pieza clásica de la literatura universal, un cuento con ocho siglos de historia.

El ser humano en su mal entendido afán por ser inmortal se apropia de ideas y obras como si fuera imposible descubrirlo algún día y ser ridiculizado en sus propios actos. Y si no, aún en ese caso perfecto, es sólo una victoria pírrica y breve, pues todo autor está condenado a ser olvidado, pues con el tiempo lo único que vale, si acaso, es la historia, la trama, la melodía, la pieza de arte que, al decir de Borges, pertenecerá al olvido o a la tradición.

Con esta historia de muerte, plagio y olvido, les presento hoy a cinco autores contemporáneos, cuatro de ellos publicados por primera vez en miniTEXTOS.org. De Panamá, el poeta Héctor Collado y la cuentista Aida Judith González Castrellón; de España, Carlos Martínez Rubio; de Argentina, Marcelo Galliano; y de Francia, residente en Nicaragua, el poeta
Norbert-Bertrand Barbe. Espero que disfruten de sus cuentos y poemas.

JLRP, editor.

EL SECRETO - Aida Judith González Castrellón

La música de aquel recuerdo le venia en ráfagas paroxísticas y el cuerpo se iba moviendo en contorsiones espasmódicas que el doctor dictaminó “tónico-clínicas”, pero no pudo explicar el por qué sólo en las noches mientras dormía. “Debe tener que ver con el ritmo circadiano”.

A los demás les parecía muy normal durante el día, excepto por el transpirar copioso y el rubor constante en sus mejillas, antes tan pálidas como si su cuerpo no se hubiera enterado de que ya había regresado.

—Pienso que debí acompañarla a ese crucero al Caribe como me lo pidió. Desde que llegó está tan extraña... ¡Qué es lo que tiene, doctor?

—Tal vez haya contraído algún virus tropical.

Y mientras caía la noche empezaba a subirle la temperatura, las mejillas se encendían y se llenaba la habitación de una suave y cadenciosa música, recuerdo de aquella ardiente playa y aquellas tibias manos clavadas en su carne sazonada por el mar. Todavía tenía fijos esos ojos negros en los suyos y el ardor de la cálida ventosa de sus labios en su cuello.

Aquella constante sensación de vacío interno, eco de las muchas noches sin culminación, se esfumaron aquella noche voluptuosa de una sola bocanada. Parecía que había vivido sólo para esperar ese gran evento. Sabía que no lo volvería a ver, pero poco le importaba porque había descubierto el secreto de la perpetuidad del éxtasis.

Ahora vivía sólo para eso, esperar para adentrarse en la profunda dimensión del sueño y sentir el trepidar de ese cuerpo fornido y cobrizo que se alternaba con el suyo en complicidad con la efervescencia del mar.

—¡Le empezaron los movimientos de nuevo! Llamen al doctor.


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© 2007, Aida Judith González Castrellón
Tomado de "Pájaro sin alas y otros cuentos" (Fundación Signos, Panamá, 1999).
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www.miniTEXTOS.org

FIGURACIONES - Héctor Collado

El tiempo no pasa, osamenta y reloj,
se va colando en cada cosa.

El amor no se agota, no envejece,
se transfigura.

La vida es una, óvulo fecundo,
irrevocable.

A la intemperie, celebro la desnudez.
En el desierto, bendigo la lluvia.

La muerte no tiene autoridad sobre lo vivo.


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© 2007, Héctor Collado
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VISIÓN SINIESTRA - Carlos Martínez Rubio

Estoy aterrado. Al entrar en la biblioteca he visto en el suelo dos cadáveres y uno era el mío.

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© 2007, Carlos Martínez Rubio
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DAY 8 - Norbert-Bertrand Barde

Ayer fue que te vi por primera vez
Y por vez primera me distinguí
De entre la multitud y la muchedumbre
Porque a tu lado muere la tristeza

Suenan a trompeta jazz los lugares feos
Y a Managua by night
Los On the Run mañaneros
Y sus combos de pollo frito

Huele a perfumería el Huembes amaneciendo
Y los plátanos del ayer
Barridos a vanilla con aroma de chocolate

En fin a posibles
Así de sencillo los lugares soñados
De Europa Africa tropical y los Estados


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© 2007, Norbert-Bertrand Barde
Tomado de "Caprichos nicaragüenses"
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PUNTO FINAL - Marcelo Galliano

Y entonces ninguna culpa por el alivio, por concluir el rancio ritual de la congoja. Si nada fue gratis...: la carga incomprensible de verla irse, de saber que era temprano pero tarde, de imaginar su mirada improbable en la habitación 28.

"El padre de", ese era mi nombre. Tanta veces tuve ganas de apuntar a los entrecejos de esos tipos de blanco y perforarlos con: ¿padre de qué?

No; no había fuerzas para tanto reproche, las que quedaban se iban en cada Gitanes babeado en las vigilias de esos pasillos —donde fumar era cantarle un falta envido a la muerte—, y en las ojeadas tristes a la muñeca traspasada de tubos, a sus hilachas de pelo mustio derramadas en la almohada húmeda, a su piel blancuzca como un durazno de lluvia.

Dolor. Así, sin mucho que agregar, sin ningún adjetivo amarillento que lo aplacara con dos o tres sílabas en un vaso de agua cada ocho horas, cada tres o cuatro frases.

Luego todo en uno se multiplica. No bastan dos oídos, hay que escuchar cada susurro, cada comentario, cada puerta que se abre, cada hoja que se garabatea. No alcanzan dos ojos, hay que mirarla con diez, con veinte, con cincuenta, hay que escrutarle las cejas, las mejillas y los labios, inventariar sus mínimos movimientos, seguir la oscilación de su pecho, memorizar su rostro para que no se pierda en el olvido. Hay que tener mil brazos para obstruir el tiempo, ser mago para que todo se detenga. Se puede, sí, sí; lo digo yo que estuve horas, días, siglos pujando con el hígado para que el pétalo lastimado no se cayera, acunándolo entre mis párpados sin chistar, sin tocar, sin soñar, porque quién sabe... Quién sabe si en ese filo delgado entre la nada y el todo alguien escucha el llanto, el ruego, el "Padre nuestro que estás ¿cómo sigue?, santificado sea no hubo cambios, venga a nosotros qué dicen los médicos, hágase tu voluntad..."

Era fresca la mañana en que el zapateo inútil de las corridas en su habitación me despertó. Las pupilas vacías que se apartaban de su cuerpo ahora yerto, me dijeron lo que no necesitaba escuchar.

Un rayo de luz, incómodo y soberbio, se colaba por una ventana. Lo imaginé Dios, no sé, acaso una tontería. Me acerqué, lo miré fijo, y sin ningún reparo le dije: "Gracias".


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© 2007, Marcelo Galliano
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