No había nada más aburrido que la nada. No había tiempo. Ni espacio. Y esta condición lo hacía todo —o nada, pues todo era nada— más fastidioso. Ante la ausencia de tiempo, era imposible recordar: no existía ayer, no había hoy. Decidió, entonces, crear algo, romper la monotonía. Solo pudo hacer un punto, infinitesimal —¿otro modo?: ¡No había espacio!—, y sopló sobre él —sobre, debajo, al lado, ¡qué importa!: no existía el espacio—. La explosión lo voló lejos, y se dio cuenta, entonces, de que ahora sí había espacio. Y pudo recordar lo que sucedió. Y cayó en cuenta de que existía el tiempo. Y vio que era bueno. Y fue el final del primer segundo.
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© 2007, Gerardo J. Soto.
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1 comentario:
Esto es magnífico!
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