I
¡Hombre, hombre!, el poeta y su visor. Si conociera el marco carnal de este drama, y el penoso caso de la muchacha en el fervoroso restaurante Meylin del barrio Luján una noche de sábado. Algo parecido a lo que se suscitó con el viejo Pound, al hablar de una servilleta japonesa cuando abandonó el local de un remoto ambiente tabernero, perseguido por los ojos de una mujer desolada que talvez lo dejó vivo con ojo de pez calcinado sobre el Mediterráneo.
II
Los dedos de la muchacha, agazapada en la penumbra salvaje y grises cortinas, entre botellas y vasos jubilosos de cerveza, osaron lanzarme una servilleta con nombre y teléfono de domicilio.
III
¡Hombre, hombre! Si supiera el poeta Pound que esta muchacha, a los pocos días, rehuyó mi mirada, cuando dijo que le habían lastimado el fervor de los ojos. Fue su consorte quien sospechó que en la servilleta se explicaba algo más que el furor de un adolescente inexperto, al pretender a una muchacha, supuestamente desolada.
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© 2007, Carlos Calero.
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