La mujer sacó de su busto un rollo de billetes hediondos a sudor y pagó a la gitana con el dinero pecaminoso.
Con palabras diferentes le pronosticó el mismo mal que en el policlínico. Leucemia, dijo el galeno, mientras la adivina tiró las cartas y develó dos calaveras y un basilisco, presagiándole un maloliente fluido marrón que la acabaría.
—¡Mierda, no solamente las ricas padecen cáncer! —Reflexionó fastidiada—. Como que también nos da a las putas.
Aún con las cartas enfrente pidió un güisqui doble. Le fascinaba contemplar el tono ambarino de aquella bebida cuando era atravesada por la luz. Le recordaba los celajes humeados de su terruño, al semáforo en su ventana, a la resina chorreada de los pinos, al color de la primera orinada del día y a los ojos del seminarista de sus quebrantos que no logro conquistar por su idiota vocación, cuando sólo tenían trece años.
Sacó de un envoltorio estañado la pastilla para curar frijoles y la sumergió en la bebida, contemplando como el ámbar se matizaba con el fósforo venenoso. Sin esperar más, cerró los párpados y tragó de un sorbo el contenido, arrellanándose en la butaca en espera del resultado.
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© 2007, Ernesto Bondy
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1 comentario:
Casi lo atrapa Jaramillo Levi. Pero este es mi minitexto de hoy.
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