Ante la cámara el porno-star simulaba orgasmos maratónicos, destinados a perpetuarse en celuloide. “¡Corte!” ordenó el director. Sandino se levantó de la cama al momento. La actriz recibió unas toallas para poderse limpiar el sudor brotado de su sexo. Él, indiferente, tomó su bata de seda y salió del plató, dejando que los asistentes de producción se encargarán de limpiar todas las sábanas empapadas de maquillaje y sudor. Llegó a su camerino, desesperado por darse un baño caliente y relajarse. Se fijó en el espejo buscando en su cabello las raíces oscuras que semanalmente sepulta bajo una buena dosis de tinte rubio recomendada por su estilista. Estaba seguro de su excelente trabajo: La película sería un éxito.
Días después, la estrella del momento, Augusto Cesar Sandino (1), asistía a la premier. Intensas campañas publicitarias a escala mundial en todos los idiomas habían preparado ese momento. Él llegó en helicóptero, escoltado por veinte guardias y teniendo como invitados a figuras importantes de la farándula y política latinoamericana. El presidente le esperaba, y desde París, Tokio, Milán y Río de Janeiro le llegaban ofertas de trabajo como modelo para importantes casas de moda. Estaba todo listo: La rueda de prensa, la fiesta ultra-exclusiva para la más alta sociedad, los fuegos artificiales, y un equipo de asesores de imagen que se encargarían de correr los rumores, fotografías y mentiras a todos los medios, siempre conforme a contrato: ¡Champaña para todo el mundo! Esa es la cláusula de seguridad.
Con su firma, el documento adquiría validez. Así, Sandino se convertía en el hombre que vendió al mundo. Sucursales de su imperio habría en todo el planeta, con tiendas de ropa, cadenas de restaurantes, camisetas, bebidas dietéticas, inversiones en las industrias de la construcción y la genética, llaveros de plástico. Pero sobre todo armamento militar: No habría munición sobre la que él no pusiera los ojos antes de llegar a los fusiles en silencio, esperando argumentos con que llenar sus magazines, magazines de escopetas o magazines propagandísticos
Sandino tenía como pasatiempo hacer anuncios para Pepsi-Cola, tomarse fotos con Shakira y bailar canciones oficiales para las Olimpiadas. Pero él en realidad era dueño de todo lo que podíamos ver. Hasta de nuestro silencio, hasta de lo que dejamos en silencio.
(1) Sin ninguna relación con el personaje histórico Augusto Calderón Sandino.
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© 2007, Rodrigo Peñalba Franco.
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1 comentario:
original texto, atrevido y creativo, cual Logos creando Universos sin conocer
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