La derrota le resultaba inconcebible después de tanta faena. Para entonces ya había perdido varios combates. Una mezcla de desconcierto y fastidio le hicieron maldecir por todos los santos y diablos que podía recordar.
Aguardó turno como quien cuece a fuego lento una venganza mientras se calentaba el coraje con los tragos de ron. La espera le hacía un agujero en el estómago. Entonces decidió emponzoñar las espuelas de su último ejemplar.
Mientras se prepara el siguiente desafío hay un ruido ensordecedor, las botellas pasan de mano en mano. Se cruzan apuestas.
El duelo duró poco. Cuatro picotazo, una nube de polvo y plumas y el chisguete de sangre hizo estallar los gritos de victoria. Regocijado levantó al animal celebrando su fortuna, tardía pero puntual... Recibió dinero de casi todas las manos que apostaron por su derrota y se dedicó a los tragos.
¡Kikirikí! Como un capitán severo el animal saluda el sol matutino desde el pecho del amo. ¡Kikirikí! Volvió a cantar mientras por la comisura de los labios una baba densa, viscosa se deja salir, los ojos inyectados. ¡Kikirikí! Y en la mano engarrotada resplandece el aguijón.
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Tomado de la revista Maga, #46, mayo-agosto, 2001.
© 2007, Héctor M. Collado.
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1 comentario:
Héctor, nos trazas el origen y desatas un nudo, de forma veloz al final... Y en el camino, parece una batalla épica ---
Breve pero espeso, Maestro, con sabor a las galleras de mi pueblo, San Francisco de la Montaña...
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